Criar a los hijos, una tarea tan amorosa como compleja para los padres de aquí, allá y en todas partes. Muchas veces sin quererlo, los padres trasmiten ciertos patrones a sus hijos, un molde que años más tarde es difícil de quitar. Es aquí donde aparece el trastorno narcisista de la personalidad. La dinámica familiar de un niño es uno de los predictores más significativos de las tendencias narcisistas, incluidas la superioridad, la grandiosidad, el derecho y la falta de empatía, en la edad adulta.
“Los niños y los adolescentes son naturalmente más egoístas, no narcisistas, porque sus mentes aún se están desarrollando. Por lo tanto, es normal que sean menos conscientes de sí mismos hasta que hayan aprendido habilidades importantes como la regulación emocional y la empatía”, explica Cody Isabel, neurocientífico, entrenador de crianza.
Según indican muchos expertos en psicología, todo el mundo tiene un componente narcisista. El narcisismo es parte innata del ser humano, y es una etapa clave de desarrollo para adolescentes y adultos jóvenes. Pero, cuando el narcisismo comienza a interferir con la forma en que una persona funciona en su casa o el trabajo, sin embargo, ese rasgo se convierte en un problema que puede incluso virar hacia un trastorno de la personalidad. Los narcisistas creen genuinamente que son únicos, que tienen derecho a un tratamiento especial y tienen una necesidad irrefrenable de admiración y validación a cualquier costo. “La mayoría de nosotros crecemos pensando que somos Superman a los 6 años”, explicó a The Washington Post, Ramani Durvasula, psicóloga y autora del libro “¿Debo quedarme o irme? Sobreviviendo una relación con un narcisista”.
El problema de un adulto narcisista, cuando tiene hijos, es que los niños no ofrecen el tipo de retroalimentación positiva continua que ellos anhelan y estos padres egocéntricos tienden a reaccionar de dos formas distintas. Durvasula y Keith Campbell, profesor de psicología en la Universidad de Georgia y experto en narcisismo, indicaron que, por un lado, algunos pierden interés por sus hijos al no encontrar esa aprobación y buscan otras fuentes de validación.
Por otro lado, otros narcisistas ven a sus hijos como un reflejo de sí mismos y se vuelven padres “helicóptero”: hiperactivos y controladores. En ambos casos, la desconexión es la el punto clave, porque incluso el padre narcisista demasiado involucrado está emocionalmente separado de su hijo y carece de calidez, según los expertos.
Los niños, por su propia naturaleza, son “monstruos morales”, escribió el periodista Jeffrey Kluger en su informe sobre “Pequeños narcisistas” para Time. Según describe, son codiciosos, exigentes, violentos, egoístas, impulsivos y absolutamente implacables. Luchan constantemente con compañeros de juego y hermanos, pero gritan de dolor e indignación si son atacados. Esperan ser adorados, pero no disciplinados, recompensados pero nunca penalizados, atendidos y servidos por los padres y familiares sin importar o ser recíprocos.
En un ensayo de 1914 titulado apropiadamente “Su majestad el bebé”, Sigmund Freud describió que la primera etapa de la vida de un bebé se define por lo que llamó “narcisismo primario”. Freud, que podría encontrar sexualidad en un plato de sopa de pollo con fideos, la encontró aquí también. “Llamamos a esta condición ‘narcisismo’ y a esta forma de obtener satisfacción ‘autoerotismo’”.
“Es un imperativo evolutivo que los bebés sean egoístas y narcisistas al nacer con el fin de obtener sus necesidades cubiertas”, dijo el psicólogo Marcos Barnett, de la Universidad Estatal de Kansas. “La vida está establecida para que consigan lo que necesitan para sobrevivir.” Los bebés no se mueven por la codicia y la astucia, sino por la necesidad primordial para sobrevivir al día siguiente, quizás una buena razón para comportarse de forma egoísta.
Pero eso no significa que las semillas del comportamiento que se convierten en verdadero narcisismo no se encuentran dispersas en el temperamento del bebé, al igual que las semillas de otros trastornos de la personalidad- los ‘berrinches’ que, de no entrar en vereda, se convierten en el trastorno histriónico de la personalidad más adelante; con la profunda necesidad de amor y atención, y la rabia ante su ausencia, que en un adulto se llama el trastorno límite de la personalidad.
Entonces, ¿cómo educar a nuestros hijos? ¿Qué se debe tener en cuenta en relación a este trastorno narcisista? Según la experiencia del neurocientífico Cody Isabel, los padres que cometen estos tres errores dañinos y tienen más probabilidades de criar hijos narcisistas:
1. No reconocer los propios comportamientos negativos
Los niños aprenden observando y reflexionando, lo que significa que pueden adoptar sus acciones negativas. “Digamos que un camarero estropea su pedido. En lugar de manejar la situación con gracia, humillas y le gritas al mesero. Su hijo observa y piensa que la forma en que usted reaccionó está bien”, dice Cody Isabel, quien además es cofundador de Rewrite and Rise, un servicio de entrenamiento que utiliza la neurociencia y la ciencia del comportamiento para ayudar a adultos y niños a superar los desafíos de salud mental y mejorar su bienestar general.
Por eso es tan importante enseñar y demostrar a sus hijos cómo es la inteligencia emocional, particularmente el componente de empatía. La buena manera de empezar es ayudarlos a reconocer cómo se sienten. Ponerle un nombre por ejemplo a la emoción que sospechamos que está experimentando. Por ejemplo: “¿Te sentís herido o decepcionado por lo que hizo tu amigo?”.
“Practicar la inteligencia emocional les facilitará expresar sus sentimientos y ser conscientes de cómo se sienten los demás en el futuro”, dice Isabel.
2. No reflejar o validar las emociones de nuestro hijo
Si uno se hace el distraído o ignora las emociones de sus hijos, esencialmente les estará enseñando que lo que sienten está mal. “Como resultado, tendrán dificultades para regular sus comportamientos, lo que puede generar una serie de problemas a medida que envejecen, desde comportamientos insensibles como la adicción hasta comportamientos protectores como la grandiosidad, que es un rasgo narcisista común”, dice Isabel.
Un estudio también han encontrado que la vergüenza, la inseguridad y el miedo están en la raíz del yo interior del narcisista. Reflejar requiere que uno conozcas a su hijo lo ayude a etiquetar sus emociones. “Validar sus emociones significa hacerles saber que lo que sienten es razonable”, agrega el especialista
Y pone un ejemplo. Imaginar que estamos recogiendo a nuestro hijo de la escuela. Nos subimos al coche y nuestro hijo da un portazo con cara de enojado. En lugar de avergonzarlos por tener una mala actitud, conviene imaginarlos diciendo: “Parece que tuviste un día horrible en la escuela ¿Qué sucedió?”
Una vez que te hayan dicho lo que sucedió, hay que validarlos y decir: “Eso no está bien. Puedo entender por qué estás molesto”. Esto no significa que uno como padre esté de acuerdo o en desacuerdo con su respuesta emocional. “Simplemente les está haciendo saber que la forma en que se sienten es aceptable”, dice Isabel
3. No darnos cuenta de los comportamientos narcisistas del niño
“Si su hijo se enfurece en público porque no se sale con la suya, no deje que suceda. En situaciones como esta, no necesita avergonzar a su hijo, pero es importante sacarlo de la situación”, dice el experto, quien recomienda hacer tres preguntas: ″¿Qué sucedió?”, ″¿cómo te sientes?” y “¿cómo crees que tu reacción está haciendo sentir a la otra persona (o a las personas que te rodean)?”
“En lugar de aceptar su disfunción emocional, los está ayudando a flexibilizar sus habilidades de empatía, conciencia social y regulación emocional, todo lo cual es esencial para desarrollar la inteligencia emocional”, dice el neurocientífico,
Desde el momento en que una pareja decide tener un hijo y emprende la búsqueda del embarazo comienzan las comparaciones, las presiones y los “ideales” de cómo se supone que debiera ocurrir, en cuánto tiempo, y de qué manera.
Habrá parejas que comparten más el tema con la familia y los amigos —y por ende habilita en cierto modo a que éstos opinen e indefectiblemente ejerzan más o menos presiones— pero hasta en aquellas que deciden encarar la búsqueda en la intimidad de la relación se “cuelan” los prejuicios de lo que se supone que debe ocurrir.
Es que la maternidad y la paternidad son vividas desde los inicios con presión, a favor o en contra de mandatos pero casi siempre con estos en mente. Un poco desde lo social, otro poco desde lo familiar y lo personal, pero mandatos al fin. Muchas familias alrededor del mundo presentan inseguridad al momento de tomar decisiones en torno a la crianza. Según un estudio de escucha activa realizado por YouGov: al 55% les ocurre.
A esto se suma que hoy en día circula infinita información (confiable y de la otra) que ayuda a instalar estereotipos en la crianza.
Para comenzar a ahondar al respecto, la doctora en Psicología María Roca (MN 33819) explicó a Infobae que “los estereotipos son construcciones culturales creadas en torno a una categoría o grupo humano que se basan en generalizaciones, que pueden ser simplificadas o exageradas de la realidad”.
“Para comprender cómo funcionan hay que entender que el cerebro humano, para actuar de manera eficiente en un mundo muy complejo, tiene una tendencia a organizar la información en categorías a las cuales les atribuye determinadas características”, ahondó la directora de Ineco Organizaciones e investigadora independiente del Conicet en temas de Neurociencias y Neuropsicología.
“Por ejemplo, activar rápidamente y sin demasiado esfuerzo la generalización de que los animales salvajes son peligrosos puede ser bastante útil si alguien se encuentra frente a un león. Así, frente a determinadas situaciones tener las cosas ordenadas por categorías nos permite acceder rápidamente a la información y actuar en consecuencia. Ahora bien, esta tendencia a la categorización puede volverse un problema cuando nos impide ver la diversidad de la realidad limitando nuestras decisiones, emociones o acciones”, explicó.
Para la licenciada en Psicología Patricia Martínez (MN 24411), “se parte de la base de que los estereotipos son construcciones culturales en torno a un grupo humano, que se basan en generalizaciones, prejuicios, mitologías, percepciones, y tienen mucho que ver con la moral de la época”.
En la mirada de la especialista del Departamento de Crianza y Orientación a padres de Halitus Instituto Médico, “desde este lugar, la crianza va a estar sometida a estereotipos que tienen que ver con el concepto de familia de una época. Si se piensa en una familia tradicional, formada por un papá, una mamá con hijos, ese estereotipo y las presiones que ejercen va a estar ligado a esto”.
“Por supuesto que los estereotipos pesan mucho sobre la crianza, entonces si partimos de esa familia nuclear, y no tiene ese formato la propia, eso va a ser una gran presión —sostuvo—. Cuando uno trabaja con familias, se da cuenta cuán diferentes son los estereotipos en cada grupo cultural, o en distintos lugares geográficos: no es lo mismo una familia de una comunidad pequeña a una familia de una ciudad cosmopolita”.
Y tras asegurar que “también es importante aclarar que los estereotipos tiene que ver con la percepción que tiene acerca de la familia de origen cada uno de los integrantes”, Martínez reforzó la idea de que “los mitos tienen una gran influencia sobre la construcción y sobre la crianza, y muchas veces circulan de generación en generación, y presionan en los modelos de crianza. Esto ejerce un efecto de encorsetamiento”.
Según la licenciada en Psicología Lorena Ruda (MN 44247), “en general hay dos estereotipos que predominan: los afines de lo que se llama la crianza respetuosa y los afines a lo que serían los métodos más rígidos”. “A veces simplemente criamos como nos criaron, no todo el mundo puede preguntarse sobre estos temas y simplemente crían. Con lo que tienen, sin reflexionar tanto —analizó—. Otros, en el otro extremo, cuentan con demasiada información que muchas veces también opera de “mandato” y genera culpa al creer que están fallando. En el medio, muchas otras personas se cuestionan sobre su propia crianza e intentan modificar con sus hijos algunas cosas”.
“Hay tantas formas de criar como padres existan, y el proceso sería justamente lograr bajarse del mandato de perfección, tener el duelo por estos ideales y heridas narcisistas que tenemos permanentemente en la crianza, y criar del modo que más cómodos nos sintamos”, observó.
– ¿Qué cree que lleva a muchos padres a pretender ser “perfectos” en lo que respecta a la crianza de sus hijos? ¿De dónde surgen esas presiones?
– Roca: En la mayoría de los padres y madres, su rol de crianza es fundamental e intentar hacer bien algo que consideramos importante suele ser una norma. Más allá de esto, es cierto que las responsabilidades atribuidas a los padres y madre han ido ampliándose a lo largo de la historia alcanzando no sólo la responsabilidad de su salud física sino también su salud emocional y cognitiva. Al igual que con los estereotipos, los que se espera de las madres y los padres se construye culturalmente reforzándose en el contexto social en el que vivimos, las experiencias que atravesamos, los medios de comunicación y las redes sociales.
En este punto es importante destacar que el desarrollo del cerebro de los niños se da en un inter juego de variables genéticas y ambientales y que son diversos los factores que pueden incidir en el capital mental de nuestros niños, que van desde la nutrición, a su salud general, el acceso a la educación y sus experiencias tempranas.
– Martínez: Los padres de hoy, y desde hace bastante tiempo, vienen muy marcados por el tema de la exigencia. Pero hay que diferenciar dos cuestiones: por un lado, las crianzas exigentes con los hijos y con los padres, y por otro lado, las crianzas sometidas a la exigencia con repercusión culposa sobre los padres.
Una cosa es una crianza exigente con uno mismo, que en general proviene de los ambientes familiares o de las propias exigencias que han tenido los padres en relación a los modelos familiares. Otra cosa es la exigencia que se ejerce sobre los niños porque muchas veces los padres consumen modelos de crianza actual que circulan en los medios o que circulan a través de la literatura. Lo que se oferta como modelo de crianza son muy exigentes para sí mismos, porque son modelos que son difíciles de poner en la práctica, sobre todo para quienes están en una etapa productiva de la vida donde además de las exigencias laborales, económicas y familiares, hay varios hijos a quienes educar.
No hay que perder de vista que estos modelos apuntan a un niño ideal, y se pierde la realidad de cada uno de los niños, en relación a las edades, a los diferentes estadios de crecimiento. En los modelos se hablan de ideales, pero de repente el niño está pasando una pandemia, o está atravesando la separación de sus padres, o es un niño que algunas conquistas le cuestan más.
Entonces en base a esos ideales, los padres se frustran porque los chicos no consiguen los logros que se supone que tienen que conseguir, y esto deprime, frustra y recarga. Redobla la exigencia hacia los padres y también hacia los hijos.
Estos modelos hacen perder la individualidad y la particularidad de cada crecimiento y tenemos crianzas culposas, que además generan más exigencia. Esto muchas veces termina complicando el vínculo padre e hijo, y frustrando la comunicación.
Para resumir: está buenísimo que circulen modelos de crianza, no es que estoy en contra, pero son modelos que tienen que estar en el horizonte, que a uno le permita tomar elementos. Por ejemplo, en (el método) Montessori apuntar a la autonomía e independencia del niño, a diferencia de lo que eran las crianzas hace 50 años atrás. Pero no podemos hacer de eso una relación. Los modelos son modelos, son cuestiones hacia las cuales uno puede circular, tender, moverse, pero no son mandatos. Siempre lo más importante es lo que uno puede observar de su hijo y cómo puede ayudarlo en la singularidad de cada una de las crianzas.
– Ruda: La búsqueda de perfección en la crianza va de la mano de una necesidad narcisista en la que los hijos son el espejo de lo que esos padres hacen sintiendo casi como propios los logros o progresos de esos hijos, así como también cuando algo propio de cada hijo se sale de lo esperado, nos interpela como mostrándonos la falta, el “error”. Si mi hijo camina “a tiempo” lo siento como un logro personal, considerando que hacerlo primero es hacerlo mejor. Pero cuando un niño no se adapta al jardín, por ejemplo, como se espera que lo haga, la mirada cae sobre esa madre o ese padre, en qué se equivocó para que esto suceda de este modo.
Todas estas cuestiones se tornan autorreferenciales y juzgan e interpelan nuestros modos de criar, sin reconocer que nuestros hijos tienen sus propios modos de ser y resolver más allá de nosotros. Esa exigencia que le ponemos a nuestros hijos, de que sean perfectos para hacernos sentir que hacemos las cosas bien y sentir que los perfectos somos nosotros, niega completamente la realidad en cuanto a que, en ese afán, sólo tendemos a frustrarnos y decepcionarnos más, ya que a diario corroboramos que la realidad está muy lejos del ideal y terminamos transformando una exigencia propia en una exigencia para nuestros hijos.
Consultada sobre cuánto pesa e influye la mirada ajena en temas tan sensibles como la lactancia materna, la crianza con apego, el colecho, Ruda sostuvo que “el mandato de la buena madre que espera como única posibilidad a la madre que tiene un parto natural, una lactancia exitosa, hijos que duermen de noche y sus tiempos subjetivos para los procesos evolutivos ‘en tiempo y forma’, generan culpa y decepción en las situaciones en las que estas cuestiones se dan de otra manera, como si estos parámetros fueran los que determinan si alguien es o no buena madre”.
“Hace mucho tiempo que la psicología estudia la influencia de los demás en nuestros pensamientos, emociones y decisiones”, aportó Roca. “Lo cierto es que las personas modificamos nuestras actitudes y comportamientos, incluso de manera no consciente, según lo que consideramos que es la norma social o lo que los demás podrían hacer o pensar que se espera de nosotros. Son múltiples los experimentos científicos que muestran cómo muchas veces actuamos, incluso en contra de nuestra preferencias personales, en pos de seguir una expectativa social. Esta norma se da con respecto a todos nuestros comportamientos, incluyendo las expectativas con respecto a la crianza”.
– ¿Qué rol cumplen las redes sociales donde suelen verse familias “ideales” que mucho distan de la vida real?
– Roca: Si bien es innegable que las nuevas tecnologías y las redes sociales permiten nuevas formas de interacción y son un gran canal de comunicación, lo cierto es que también transmiten “ideales” que en la mayoría de los casos son muy difíciles de alcanzar. En este sentido, las mismas se pueden convertir en otra fuente no sólo de influencia sino también de presión social, que pueden ser muy dañinas particularmente en determinados momentos de la vida, como la adolescencia.
Ver personas que sólo muestran fotos en los que sus cuerpos se ven perfectos, o que sólo atraviesan experiencias felices puede generar mucho daño cuando sentimos que nuestro cuerpo o nuestras experiencias no cumplen esas expectativas.
En lo que respecta a las familias, y tal como hablamos cuando hablamos de estereotipos, existen además determinadas construcciones culturales alrededor de cómo debe conformarse y comportarse una familia. Lo cierto es que la composición de las familias viene evidentemente cambiando y es importante trabajar en la aceptación social de su diversidad.
– Ruda: Las redes son expertas en hacernos de interlocutor. Todos mostrando el mundo ideal de la familia tipo donde no reparamos en que esa foto es un instante de un mundo particular en el que seguro también pasan otras cosas. La crianza trae siempre discusiones y situaciones tensas para resolver en pareja. Las redes muestran un “apenas” de la vida en familia. Sin embargo, a algunas personas este tipo de imágenes les hace sentir que su vida no se ve así y esto genera angustia y les pesa.
El mandato de perfección es tan frecuente como frustrante. Muchas personas tienen dificultades en aceptar al hijo real versus al hijo ideal, el que completa nuestro narcisismo. Ese ideal de hijo que está al menos un poco lejos del hijo real interpelándonos sobre nuestros modos de criar. En el mejor de los casos de estas preguntas podemos hacer una crianza más sana y real, entendiendo que somos imperfectos y criando tan imperfectamente como somos.
Ese proceso a veces es duro y doloroso pero a su vez genera alivio. Sostener el título de “la mamá o el papá o la familia perfecta” es muy difícil .
Como se vio “estar a la altura” muchas veces lleva a las madres y a los padres a hacer esfuerzos enormes por alcanzar un ideal que no existe. “No hay recetas, no hay únicos modos, no hay un ‘esto funciona igual para todos los hijos’. Las madres y padres vamos aprendiendo sobre la marcha y equivocarse es parte del camino”, reflexionó Ruda
Un primer paso para empezar a disfrutar de la crianza y sacarle el peso que la abuela, la sociedad, o los propios fantasmas le cargaron es, para ella, “hacer el duelo por los padres que pensamos que seríamos y no somos, así como por el hijo que queríamos tener y no tenemos”. “Romper con los mandatos y pensar en cómo quiero y puedo criar yo, con esta familia, con esta pareja —recomendó—. Sin auto juzgarnos por no haber podido lograr tal o cual cosa”.
Y sobre todo, no dejando lugar para la culpa, sabiendo que en el camino vale recalcular, y teniendo en claro que cada persona es única y no existe un tiempo esperado para un proceso en particular. Amigándose con la mamá y el papá que cada uno es, con todo lo que eso implica. Es por ahí